Para un gran amante como yo del sonido que nos legaron THE DOORS y en especial su cantante Jim Morrison, fue toda una alegría el descubrimiento de la banda mexicana RIDER NEGRO semanas atrás. Ahora, un tiempo después podemos disfrutar de su primer álbum «THE ECHO OF THE DESERT». Un trabajo conceptual en el que la mística del desierto se refleja en calmados y desgarradores temas en los que el legado del «Rey Lagarto» queda patente en los registros vocales de Tiaca Serrano, su cantante y guitarra. Diez canciones que serpentean por estados sensoriales más propios de un viaje de peyote lleno de misticismo, en el que la transición entre el día y la noche relatan el devenir de la vida como un ciclo perpetuo. Temas que fluyen con calma entre los cactus y la soledad del desierto bajo acordes de blues, de jazz, rock clásico, ritmos latinos, pero fundamentalmente de esa psicodelia chamánica que Morrison nos ofreció décadas atrás. Las canciones serpentean entre ritmos que unas veces se recuestan en ese espíritu latino cercano incluso a Santana con delicadas melodías de guitarra, y otras prefieren dejar paso a atmósferas más propias de Pink Floyd, como sucede en «The wizard», un tema dividido en cuatro partes y que bien pudiera ser una transición de Morrison más misterioso con el legado psicodélico de la banda del fluido rosa en un viaje al desierto de Sonora. Otro elemento distintivo del sonido de la banda es el tono vintage que aporta a su órgano Israel Baez, tomando como referente los característicos ecos de los temas de Ray Manzarek. Sobre esos dos pilares fundamentales en la personalidad de la banda, y teniendo en cuenta que fueron los primeros fundadores de la misma, el trabajo de Miguel Vázquez con su hipnótico bajo, y la versatilidad de Zaid Gutierrez a la batería, hacen que el álbum tenga una consistencia notable en todas sus composiciones. Al margen de esto, sobre todo el espíritu chamánico que transmite cada una de las canciones, hacen que el oyente pueda sentirse partícipe de ese ritual alegórico en el que el Sol tiene un gran protagonismo. Estamos ante un álbum lleno de misticismo y señales que nos invitan a esa comunión con las fuerzas de la naturaleza, y especialmente de su amor al desierto con su lado más misterioso. «THE ECHO OF THE DESERT» es un álbum que ningún amante de THE DOORS debería perderse.
«THE ECHO OF THE DESERT» fue grabado en StudiOz MixandMaster Estudio y ha sido auto-editado por la banda a la espera de que algún sello se anime a su producción.
Los sonidos de la noche desértica abren “Fires at the cosmic dawn”. Emergiendo chamánicamente entre los cactus el tema comienza evocando los ecos del desierto. La voz de Tiaca Serrano emulando al Rey Lagarto entre acordes de western es arropada por un cielo estrellando que va dejando paso a la luz del alba bajo un cadente ritmo y un teclado que ritmo que trasviste su sonido como si fuera un llanero solitario tocando su armónica. Tonos vintage que se van abriendo a la luz de ese soleado amanecer. Ya desde el primer tema encontramos la admiración que estos chicos tienen por The Doors. Un sonido evocador que se adorna con brillantes solos de guitarra en su parte final.
“Dry & Soft”, nuevamente bajo susurrantes pasajes, va arrullándonos entre los acordes del hipnótico bajo de Miguel, y ese penetrante sonido de órgano salido de las entrañas de un tema que fluye con calma. Sin prisa para ligar el tema, el ceremonial parte con la cálida y sugerente voz de Tica Hechizándonos e incrementando la intensidad con al aura de Ray Manzarek en los teclados. Todo un trance lisérgico más propio de una ingesta de peyote invade la canción entre desgarradas proclamas vocales entre acordes de blues psicodélico. Como si estuviéramos en el desierto de Sonora en pleno “viaje” psicotrópico el corte juguetea con distintos cambios de ritmo sin perder su aura psicodélica. Toda una huida desesperada llena de fuerza marcada por la reencarnación de Morrison en una especie de nuevo “verano indio”-
En delicados tonos jazz, “El buitre” a través de medios tiempos y el penetrante sonido del órgano el cuarteto juega de nuevo con una calma que toma elementos del blues y ritmos latinos. Con gran frescura, la percursión colorea los elegantes pasajes retozando con la psicodelia en un segundo estrato sonoro. Caramente el espíritu de músicos latinos como Santana quedan patentes en la apuesta de RIDER NEGRO. En tema está cantando en espaol lo que le aporta otro elemento más de esa reavivación del sonido de su tierra.
Ahora sobre acordes blues “In an ancient zigurat” se ejecuta sobre una tenue luz. Ecos jazz sobre delicadas melodías hacen que la banda se aleje de los riffs pesado y estridentes para contonearse seductor entre aterciopelados momentos en los sentimientos salen a flor de piel. Un largo tema que transcurre entre vaporosas atmósferas que paulatinamente se van tornándose más lisérgicas hasta convertirse casi en una jam blues psych. Con una guitarra que se retuerce y serpentea con mil matices y tonos que van desde el blues a los ritmos latinos. Aquí la percusión tiene un gran protagonismo entre esa neblina que va creando el ´órgano antes de recuperar el espíritu doorsiano innato en la banda.
Tras los tres temas anteriores en los que nos ofrecido distintas caras de su apuesta musical, RIDER NEGRO crea un tema dividido en cuatro partes a modo de suite. “The wizard”.
En la primera de las partes, “Prelude to the dream”, las locuciones en español entre efectos envolventes van creando el ambiente de misterio para el desarrollo del tema.
“The world within” con poco más de un minuto se deleita en pasajes floydianos de teclados en tonos casi celestiales.
Continuando con el latido de la banda del fluido rosa, y evolucionando en un génesis, “Beta orionis”, la tercera de las partes nos ofrece un hipnótico trabajo de bajo y afilados pero delicados solos de guitarra como preludio de una erupción en la que The Doors se visten de Pink Floyd para meditar en el desierto de Sonora.
Esto es solo la preparación de la cuarta parte del tema, “Path to the core”, en la que a través de ocho minutos ya desarrollan todo su potencial emanando esa fragancia doorsina con la soledad del desierto como testigo de alucinógenos pasajes con un cadente y repetitivo ritmo. Intensificando y volviéndose cada vez más pesado, los momentos de psicodelia luminosa se mezclan con el blues en un mestizaje que parece ser innato en la banda mexicana. Siempre guiado por el sonido del órgano el tema desciende a acolchados prados de psicodelia reconfortante en las que afloran bellas melodías. La guitarra aquí se viste de tonos vintage en un serpenteante y rítmico peregrinar a un nuevo espacio de luz. Pasando por distintas fases logran completar un atractivo y logrado tema con el que la banda deja patente todo su potencial.
Si algo tiene RIDER NEGRO es su espíritu místico, y “Tehran conjuring” nos da muestras de ello. En un oscuro canto misteriosos y chamánico ejecutan todo un ritual en el que el hechicero parece invocar a las fuerzas de la naturaleza con sus plegarias. El aroma de la noche del desierto se palpa en sus delicados y misteriosos acordes.
El tema que cierra el álbum y que da nombre al mismo “The echoe of the desert», fluye entre efectos con pulsantes acordes de bajo y platillos chispeantes. Estamos ante otro ritual como homenaje al vasto y solitario desierto, algo que se percibe en su triste melodía.
Adoptando momentos western, y bajo ese ritual de los tambores, los coros elevan sus plegarias, en ese devenir de la vida y la muerte en un ciclo perpetuo. La sombra de The Doors se refleja ahora con una mayor nitidez en los desarrollos de órgano herederos de Ray Manzarek. Como si de un sombrío tema de los californianos, el aura mística ceremonial preside el corte con lánguidos pasajes evocadores de los cactus en su soledad custodiando la historia del jinete que vivía cuya morada era el astro Sol.
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